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sábado, 3 de noviembre de 2007

Cuando Caracas era otra


Publicado por: Sala de Espera

Mi generación, amigo lector, tiene el raro privilegio de haber podido disfrutar de los últimos restos de la Caracas de antaño, y a la vez, de haber podido ver los inicios de su expansión y de su consolidación como gran Capital, lo cual en mi opinión ocurrió entre finales de los años 50 y finales de los 80.

Tristemente, ha tenido también la oportunidad de presenciar su estancamiento, que iniciado en los 90, ha desembocado en el creciente deterioro que hoy se hace dolorosamente palpable.

Por Joel Bracho Franco

No llegamos a conocer propiamente la verdadera “Ciudad de los Techos Rojos”, porque ya en los años 50 Caracas empezó a cambiar muchos de esos tejados por lo que se comenzó a llamar “techo de platabanda”, cuya rectilínea horizontalidad fue progresivamente suplantando los tejados a dos aguas; y por supuesto, aquellas casas de techos rojos comenzaron a dar paso a los edificios que cada vez se fueron haciendo más altos y complejos, hasta llegar a extremos como Parque Central.

No llegamos a conocer personalmente a Gardel ni tuvimos oportunidad de participar del gran recibimiento que la ciudad le brindó, pero sí pudimos conocer a Isidoro y su coche tirado por caballos, ése a quien el Maestro Billo le cantó con tanto amor para reclamarle cordialmente la “buena broma que me echaste, el día que te marchaste sin acordarte de mi serenata”.

Llegamos a ver y escuchar alguna retreta de la Plaza Bolívar, en la que la Banda Municipal tocaba valses, merengues, joropos y pasodobles, alternando con Los Antaños del Estadio o algún otro grupo de música cañonera y de merengue “rucaniao”.

Tuvimos la oportunidad de participar de las serenatas, y de todos los buenos y malos ratos que de ellas se derivaban, los cuales quedan como valiosas anécdotas y experiencias de vida, algo sobre lo cual hablé hace un tiempo en otro artículo.

El crecimiento desmedido de la ciudad, la inseguridad reinante y hasta la Propiedad Horizontal, conspiraron para desterrar las serenatas, y no saben los muchachos y muchachas de hoy lo que se perdieron con eso.

Asistimos al feliz nacimiento del Viaducto de la Autopista Caracas-La Guaira, orgullo de la ingeniería de entonces, para luego asistir también a su triste y anunciada muerte. Vimos nacer a su vera la trocha que pomposamente se bautizó, sin serlo, como “vía alterna”, y muy recientemente, hemos asistido también al nacimiento de un nuevo Viaducto que, según dicen, fue levantado en tiempo record y ciertamente vino a aliviar muchas calamidades que por mucho tiempo tuvimos que sufrir los habitantes de Caracas y de Vargas para el desplazamiento entre una población y otra.

Tuvimos la oportunidad de caminar por la ciudad con libertad y sin miedos, de andar de día y de noche sin más precauciones que las de una razonable prudencia, lo cual nos permitió disfrutar una juventud libre y sabrosa.

Aún en aquellos años duros de las “patotas”, cuando la ebullición de las hormonas y el subdesarrollo en la mente hacían que grupos de jóvenes de distintos sectores de la ciudad fueran a territorio de otros simplemente a buscar pleito y demostrar quién era el más guapo, la cosa no pasaba de puños, patadas y, en casos extremos, algún batazo o cadenazo. Pero hasta ahí.

Hoy vemos que nuestra generación se refugia en las casas de los amigos o en los Centros Comerciales, que son los nuevos ghetos, y se pasa la noche en angustiosa alerta si los hijos de uno andan fuera de casa, porque la inseguridad es general y cualquiera anda armado y dispuesto a disparar sin importar las consecuencias, quizás confiado en que no habrá consecuencias.

La población crece y, por lo que se ve, vamos camino de tener más carros que gente, pero con la misma infraestructura vial y de servicios.

En fin, la ciudad no vive su mejor momento. Sin embargo, hay lugar para una buena esperanza, porque todavía nos queda buena parte de los buenos caraqueños, y buena parte de los buenos hombres y mujeres que, venidos de otras partes, echaron raíces en esta ciudad; y cuando unos y otros nos redescubramos y seamos capaces de quitar de en medio tanto sinsentido que hoy nos amarga y dificulta la convivencia, redescubriremos también que Caracas fue y puede volver a ser una de las ciudades más gratas del mundo.

Que Dios y el Avila te cuiden, Caracas.

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