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viernes, 1 de agosto de 2008

El venezolano del circo


Antonio Drija no se presenta sobre cualquier arena, él lleva cinco años trabajando en el Cirque Du Soleil y ahora participa en el espectáculo Zumanity.

Todo en Domingo conversó con él en Las Vegas


ANTONIO DRIJA SEDUCE A MILES CADA NOCHE

EL GIGOLÓ
DE CIRQUE DU SOLEIL HABLA VENEZOLANO

El actor, modelo y bailarín, original de Anzoátegui, se ha convertido en uno de los personajes más recordados del show Zumanity, presentado por la compañía canadiense en Las Vegas. Después de un largo trance por los escenarios locales y estadounidenses, Antonio Drija tiene cinco años establecido en la ciudad del pecado, donde hasta el actor Michael Douglas le envidia el trabajo

ANDRÉS ZAMORA
andreszamorah@yahoo.com LAS VEGAS / EE UU FOTOGRAFÍAS CORTESÍA CIRQUE DU SOLEIL

Tiene las rodillas del mismo color rojo que las mejillas. Ese tono vergonzoso que adquieren las pieles muy blancas al ser expuestas sin piedad ni aviso bajo el sol contundente. Pudiera ser de Wisconsin, Oklahoma o Michigan. Se acomoda difícilmente en la butaca de terciopelo rojo, tratando de que la falda de
blue jean siga
cubriendo todo lo que debe. Ríe nerviosa en un teatro que aparenta una versión dinamizada de un cabaret francés.

No se han apagado las luces, el show no ha empezado, pero
ya un hombre de piel tostada, mirada oscura y traje dorado se acerca, tambaleándose como si estuviera algo ebrio, con una cámara Polaroid en la mano. Ella trata de no observarlo, para ver si así, si dejando de reparar en su existencia, el hombre decide pasar de largo. Pero no. Él fija sus ojos sólo en ella, al tiempo que le dice en un castellano, que no es mexicano o dominicano sino puramente venezolano: "¿Cómo estás, mamita?" Ella cae rendida, se deja tomar fotos por el hombre del traje brillante. Se deja decir una sarta de obscenidades en inglés y en un idioma que no entiende, pero que le suena sexy, caliente y amoral. Vacila en un estado que se bate entre los nervios y la diversión. Después de ella viene otra y otra. Algunas no esperan a que Antonio, el gigoló, las escoja. Ellas le gritan y hacen señas con las manos. Así comienza Zumanity.

Este espectáculo de Cirque du Soleil, presentado en el hotel New York, New York de Las Vegas, tiene como objetivo obligatorio explorar la sexualidad desde distintos puntos de vista. Desde el amor clásico, pasando por el gay, hasta el aspiracional: cuando un enano se enamora perdidamente de una hermosa mujer. En fin, desnudos, rutinas circenses, hermanas gemelas obesas, malabaristas, contorsionistas, bailes sensuales, guerreros amantes y humoristas impúdicos. Un desfile, pues, tanto de fantasías como de pesadillas sexuales. El montaje, mucho más íntimo y subido de tono que los tradicionales de la compañía, sólo puede ser visto por espectadores mayores de 18 años.

Del show, el hombre del traje dorado brillante, armado con su
atrevida Polaroid, despunta como ningún otro personaje. Y aunque fuera de escena, Antonio Drija, actor y bailarín venezolano nacido en Barcelona, Anzoátegui, sea un monumento a la amabilidad y sencillez, sabe bien de su carisma. "Soy un gigoló, ¿qué otra cosa puedo hacer?", suelta y extrae hondas risotadas de un aforo de 25 periodistas internacionales invitados a la feria de turismo Pow Wow en Las Vegas, en junio pasado.

Parte del evento es el recorrido "Detrás de escenas de Cirque du Soleil" para el cual la compañía canadiense encargó a un muy selecto grupo de sus colaboradores –entre ellos, Drija– la presentación sobre cómo funciona la organización. "Cuando entré a Cirque me dijeron que formaría parte de un show sobre la sexualidad", relata Drija con la efigie de un indígena yanonami comprada en Chacaíto, colgada del cuello. "Todos tuvimos que aportar ideas para la concepción del montaje. En mi mente y en mi corazón yo tenía que demostrar cuán venezolano era. Por eso propuse tambores y arpa, cuatro y maracas. Musicalmente no lo logré (influenciar a los productores de la obra). Pero entonces pensé que podía actuar como el típico venezolano sinvergüenza, borracho y parrandero.

Caló bien entre los productores y así nació Antonio el gigoló".

PRIMERO, ARTISTA
En Las Vegas, a Drija no se le percibe como pez en el agua. Más bien como una especie cauta en un ambiente salvaje. Al principio, el espíritu de la ciudad le generaba incomodidad, desconfianza. "Cuando llegué aquí, pensé: `Qué bonito es Las Vegas. ¡Me quiero ir de aquí!’ Y es que yo vengo de Barcelona, un pueblo tan real, tan natural". Tan opuesto a la opulencia make believe de la urbe pecadora.

Drija nació en la capital de Anzoátegui, el 7 de enero de 1960. Hijo de una ama de casa venezolana y un comerciante sirio que fundó varios negocios vinculados con muebles, zapatos y supermercados.

De niño ya llamaba la atención por su talento en bailes de carnaval y otras festividades locales.

La inclinación a las artes de la danza produjo una respuesta tormentosa en su hogar: su padre rechazó su vocación desde el comienzo. A los 15 años consiguió un trabajo como bailarín en el programa Viva la juventud, transmitido por RCTV. Esto condujo a una rutina entre cómplices en casa de los Drija: a las 7.00 pm, se apagaba el televisor y se cambiaba la conversación (no fuera a ser que el padre se enterara, vía rayos catódicos, de las incursiones del hijo en el medio artístico).

El próximo paso fue partir a Estados Unidos para realizar estudios formales de danza. Con su maleta y un "no cuentes conmigo para nada" de su progenitor, llegó a el Alvin Ailey American Dance Center, en Nueva York, donde se formó como actor y bailarín. Estudió junto a otros aspirantes, incluida una chica italoamericana. "Un día me llamó un amigo y me dijo: `¿Te acuerdas de Luisa Verónica, la muchacha aquella? ¿Sí? Pues, acaba de sacar un disco aquí. Ahora se llama Madonna".

Al regresar, consiguió un puesto en el montaje Concierto Movimiento. Presionado por su hermana, el padre finalmente accedió a ir. "Ese día salté lo más alto que pude y traté de sobresalir por encima de todos. Al terminar la obra, se me acercó y me abrazó. A partir de ese momento me aceptó completamente".

AUDICIONES
En Caracas, Drija se casó con la bailarina Anita Vivas y tuvo dos hijos, Víctor y George. Durante los años 80 y 90, participó en más de 80 comerciales, como modelo, bailarín y actor, y actuó en algunas películas. Hasta que decidió dar un salto en la carrera y se mudó a Miami, donde trabajó con Thalía y otros artistas de esa talla.

En 1999 hizo la primera de las audiciones con Cirque du Soleil.

Después de un riguroso proceso de selección, en el cual tuvo que bailar, actuar e improvisar, quedó entre nueve finalistas. La emoción del grupo de elegidos corrió sin contención hasta que chocó contra el muro de la realidad: la compañía sólo buscaba suplentes. "Si necesitamos a alguien extra, los llamaremos", les dijeron.

Y lo llamaron, pero dos años después, para que fuera a Montreal y participara en un taller de cuatro días en el cual le adjudicaron el título con la frase: "Eres miembro de Cirque du Soleil".

No es de extrañar, pues, que los cinco años que lleva Drija a cargo del gigoló Antonio de Zumanity hayan resultado en una de las sorpresas más generosas de su carrera. Es el único artista del show que recibe constantemente cartas de los espectadores, flores y hasta alguna que otra joya de oro. Las mujeres, sin importar la edad, le agradecen por despertar la sensualidad amodorrada.

Pero no son sólo chicas de Wisconsin, Oklahoma o Michigan las que caen ante el personaje de Drija: Sting, Steven Tyler (cantante de Aerosmith) y Demi Moore son algunos de los famosos que lo han felicitado en persona, luego de acabado el show. El actor Michael Douglas le aseguró en una ocasión: " I wanna be your back up" ("quiero ser tu suplente").

Y, así, le ha "agarrado el gustico a Las Vegas". No sabe cuáles son los clubes nocturnos donde Paris Hilton arma sus zafarranchos y acaso juega 20 dólares en alguna tragamonedas eventualmente. Pero sí está más tranquilo que al principio, aunque sigue cauteloso. "He conocido gente que se ha metido en esa vida (la de los casinos y la vida desenfrenada) y ya no está aquí.

Las Vegas los consumió. Tienes que estar internamente muy sólido", analiza.

Actualmente no tiene pareja (se separó de Anita Vivas) y se regocija con los paisajes naturales que se encuentran en las desérticas afueras de la ciudad del estado de Nevada. Paladea su futuro como director creativo de la compañía, pues en ocasiones ha percibido de sus superiores el voto de confianza como para desempeñar un cargo así. Al gigoló lo mantendrá hasta que las canas y arrugas asalten su fisonomía; en ese momento mutará y pasará a ser un viejo verde sabrosón, vestido siempre con su traje dorado que fue diseñado por Thierry Mugler, al igual que el resto de los disfraces del show.

Por entre las butacas amplias de terciopelo rojo, prosigue con su contoneo. Buscando chicas que le volteen –aterradas y ansiosas a la vez– la mirada. Hablando como un galán-malandro caraqueño, arrastrando el prototipo de un latino insaciablemente gracioso. "Hola, gente de los asientos baratos –vocifera a los palcos superiores del teatro de Zumanity–. Espero que me puedan ver bien. Oye tú, linda, esto es Cirque du Soleil, ¡Salta! Si no, voy por ti". El público se desternilla y se pone nervioso. La hora de la confrontación sexual llegó. La hora de Antonio.

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