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martes, 27 de mayo de 2008

Media hora


PUBLICADO POR TODO EN DOMINGO

La Vida Sigue
Media hora


Rafael Osío Cabrices osiocabrices@hotmail.com www.rafaelosiocabrices.blogspot.com

Ese primer lunes del nuevo huso horario venezolano, el 10 de diciembre de 2007, no más abrí los ojos se me abalanzaron las preguntas. ¿Debía ir a despertar ya a mi hijo o esperar media hora para hacerlo? ¿Habría cambiado su horario también la escuela? ¿El tráfico estaba menguado hoy o eran cosas mías, milagros del Pico y Placa que hasta la fecha Chacao todavía tiene? No era la sensación de quien se ha trasnochado, ha dormido la mañana entera y luego atraviesa con desacomodo y desconcierto el resto del día. Era un desarreglo diferente, una incertidumbre leve pero persistente sobre si el resto de la realidad había corrido también sus agujas media hora antes. Mientras me despejaba el sueño, imaginé mi agenda como un tablero de monopolio al que han tropezado, donde las casitas de colores y las fichas de plomo se rodaron unos centímetros hacia un costado.

En aquella especie de déja vù, de un Y2K que nunca ocurrió, mi cuerpo se despertó con mucha antelación y el sol taladró más temprano, según el reloj, las paredes y las ventanas. Era un relumbrón apremiante, casi una diana de cuartel, un "párate ya de esa cama" con el que el solazo de diciembre nos tomaba más o menos desprevenidos. Fue como tener a un pariente madrugador de visita que te despierta a gritos para no estar solo.

Mi metabolismo también se enredó. Tardé más en sentir hambre y mi garganta recibió el café con la obediente desazón de quien desayuna cualquier cosa en un madrugonazo inusual, como para salir de viaje. El resto del día me lo pasé preguntándome si iba a llegar a tiempo a mis compromisos, una tortura para un obsesivo de la puntualidad como quien suscribe. Y cuando sobrevino el crepúsculo a eso de las cinco y media, sentí como que me habían robado parte de la jornada, como que la luz estaba echando carro cual empleado público que evacúa su despacho a las 3:55.

Me acordé de que alguien en eso que llamamos aquí "gobierno" dijo que nuestro metabolismo no era como el del rabipelado, que es un animal nocturno, sino que se rige por el sol, y que esa media hora que el país debió atrasar a un costo gigantesco pretendía situar nuestros cuerpos y hábitos –los cuerpos y hábitos de 27 millones de seres humanos irrepetibles y distintísimos– al curso que el astro rey traza por el Empíreo desde donde nos contemplan, sable en mano, los héroes de nuestro relato nacionalista. Es decir, en el Ejecutivo ya no nos ven como ciudadanos sino como girasoles. Por eso nos metieron en esta time machine marca ACME, y nos dejaron frente al resto del mundo como los oficinistas encorvados del piso siete y medio en Being John Malkovich.

La verdad es que el dato de que ese huso horario que inauguramos es exclusivamente nuestro no me hace sentir pero ni una pizquita de orgullo patrio. No veía ningún problema en tener la misma hora que Atlanta y La Paz, ni me parece chévere que la hora y media que separa a Maiquetía de Bogotá en avión sea además hora y media en la cuenta del tiempo. Desde el principio, el fulano cambio de hora me ha parecido un capricho absurdo, inexplicable, innecesario y abusivo. Otra invasión más del Estado metiche y gritón que hoy soportamos en el ámbito de lo más íntimo. Ahora, Miraflores y compañía cargaban contra nuestro sueño, uno de los pocos territorios donde no pueden meter más cadenas ni cobrar más impuestos.

Pero llegó un momento en que, pese a las molestias menores del cambio de rutina y a la molestia mayor de la infantil soberbia de esa medida, encontré cómo sentirme dulcemente complacido.

Porque una semana antes, ese mismo Estado había intentado robarnos unas seis décadas de camino hacia la descentralización, la civilidad y la democratización. Trataron de devolvernos a la época de los presidentes de Estado, las charreteras y el mando vitalicio. Sin embargo, sólo pudieron lograr que atrasáramos nuestro reloj colectivo 30 minutos. Ahora lo veo como una victoria. Una victoria, de paso, impoluta y luminosa.

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