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viernes, 9 de mayo de 2008

BILLO: el eterno novio de Caracas


Publicado por Panorama.

Texto: Nayib Canaán / Foto: Archivo

Fue un amor a primera vista. Ella le coqueteó desde el primer momento. Él estaba comprometido, pero eso no fue impedimento para que se dejara seducir. El idilio entre ambos duró 50 años. Él la amó profundamente. Ella aún lo recuerda...

Así puede describirse la apasionada historia que vivió a través de la música Luis María Frómeta “Billo” con su querida Caracas. La misma que lo recibió como un príncipe y lo despidió como un rey.

El artista que dejó sus estudios de medicina, quedó encantado con aquella ciudad casi rural, las casas de techos rojos, calles empinadas y verdes colinas. Más tarde se convertiría en su inspiración.

Su música alegró la vida de miles de venezolanos. Sus temas marcaron un hito en la historia musical de nuestro país. Es y seguirá siendo Billo... el mismo que abandonó República Dominicana para adentrarse en lo más profundo de ésta, su tierra.

“Cuando llegó a Caracas quedó flechado. No regresó más a su país. Desarrolló una estupenda carrera musical que lo convirtió en uno de los artistas más importantes de Venezuela”, asegura “Memo” Morales”, el llamado “Gitano Maracucho” que integró La Billo’s Caracas Boys, agrupación conformada por el dominicano.

Según sus conocidos, el músico era un hombre con una marcada personalidad. Buscaba que todo quedara excelente. Se preocupó por ofrecer calidad.

En una de sus últimas entrevistas afirmó: “No me arrepiento de haberme venido a Venezuela; es el país en el que siempre soñé vivir. Una verdadera cuna de artistas”.

Llegó a la capital venezolana el 31 de diciembre de 1937, cuando Venezuela se quitaba el polvo dejado por los 27 años del Gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez y respiraba los primeros aires de libertad, bajo el mando del general Eleazar López Contreras.

Venía a cumplir algunos compromisos con el grupo Santo Domingo Jazz Band y se quedó luego de enfrentar algunos problemas legales, debido al cambio de nombre de la orquesta, pues para poder presentarse en Caracas tuvo que pasar a ser “Billo’s Happy Boys”.

Tocó en los lugares más importantes del centro capitalino hasta que se disolvió la agrupación por un reporte médico que afectó su salud en 1939. Se le diagnosticó tifus y los doctores le informaron que era imposible salvarlo. Venciendo la muerte y superando el mal, regresó con su nueva banda.

Rápidamente se posicionó entre los mejores. Comenzó a recorrer la geografía nacional y luego de 10 años se presentó en los programas televisivos más vistos de la fecha. Fue productor de su propio espacio radial y hasta colaboró con otros colegas.

Ayudó a Renato Capriles a formar “Los Melódicos”. Aunque la prensa los enfrentaba como rivales en realidad eran grandes amigos.

“Billo le dio la oportunidad a los talentos prominentes de todo el país. Tuve la suerte de pertenecer a las filas de su agrupación durante ocho años y la experiencia la describo como fortalecedora en todos los ámbitos”, asegura el zuliano Ender Carruyo, ex integrante de la Billo’s Caracas Boys.

Piedras en el camino

En 1958 Billo sufrió algunos ataques personales, teniendo que enfrentar las demandas y hasta un veto por parte de la Asociación Musical del D.F. y el estado Miranda, prohibiéndole actuar de por vida en Venezuela, ya que según los directivos del organismo, el artista extranjero le quitaba trabajo a los criollos. Había mucha envidia y celos en su contra.

“Recuerdo que el maestro Billo se fue a Cuba, donde realizó ciertos trabajos musicales. Grabó con un grupo de esa isla y al superar los problemas que le afectaban comenzó una nueva etapa en la que intervino el bolerista de América, Felipe Pirela”, manifiesta la “primerísima”, Mirla Castellanos, quien tiene 48 años de carrera.

Atado al Zulia

En una de sus visitas a Maracaibo, Billo quedó impresionado con la voz de Felipe Pirela.

El zuliano tenía 17 años cuando el artista le hizo la propuesta de ingresar a las filas de su banda. Sin duda, Felipe se convirtió en la estrella de la Billo’s Caracas Boys. Fue la bandera del grupo. “Pobre del pobre”, “El malquerido” y “Caraqueñita” ocuparon los primeros lugares de preferencia.

A su vez, otro maracucho brillaba en la agrupación: “Cheo” García, quien le imprimió el toque guarachero a la música de Billo.

Al alcanzar Felipe Pirela la consolidación decidió tomar otros rumbos. Se lanzaría como solista. Es entonces cuando entra José Luis Rodríguez, quien prácticamente se “graduó” de artista en su orquesta.

Muchos comentaban que el hecho de incluir a los zulianos en la banda se trató de una venganza de él hacia los músicos caraqueños, por aquello del veto que lo mantuvo alejados tres años de Venezuela y tuvo que irse a Cuba y Colombia donde grabó dos LP.

En Venezuela, el dominicano era sinónimo de fiesta. Tocaba tanto en los eventos del presidente Marcos Pérez Jiménez como en las celebraciones de los adecos y copeyanos. Gozaba de aceptación en todos los estratos sociales. Era el ídolo de los barrios y de la alta alcurnia.

Con la participación de “Cheo” García y “Memo” Morales “La Billo’s Caracas Boys” alcanzó gran proyección.

Juvenal González, vicepresidente del Circuito Radio Venezuela, acota que junto con la agrupación caraqueña, “El Puma” consiguió el reconocimiento en su carrera.

Todo un caballero

El músico y arreglista era de apariencia impecable. Le gustaban los trajes bien planchados y zapatos pulidos. No tenía una gran voz, pero sí un carisma que lo hacía atractivo para el público.

Tuvo varios amores. Vivió apasionadas relaciones que le dieron varios hijos. No se salvó de la justicia. Tuvo que enfrentarse a las leyes en 1956. Estuvo preso 100 días, ya que no disolvió un divorcio en su país natal y se casó nuevamente en Venezuela.

Entre las décadas del 60 y 70 todo el país bailó al son de Billo. No había lugar donde su música no estuviera.

“A pesar de que Luis María era dominicano, él se convirtió en un gran venezolano. Me escogió a mí exclusivamente para que lo acompañara en uno de sus programas durante un año. Fue ahí donde tuve mi primer acercamiento con José Luis (Rodríguez). Prácticamente me enamoré de él trabajando con Billo”, expresa Lila Morillo.

Gran legado

En los 80, la agrupación se internacionalizó. España sucumbió ante la actuación de Billo en los carnavales ibéricos.

En 1988, un año después de celebrar el quincuagésimo aniversario de su llegada a Venezuela, se comenzó a organizar un homenaje en su nombre, fijando la fecha para finales de abril. Ese día se cumpliría uno de los sueños del veterano maestro: dirigir la Orquesta Sinfónica de Venezuela y, frente de ella, respaldar a muchos de los cantantes que lo acompañaron con el correr del tiempo.

Los días previos al concierto fueron extenuantes: arreglos, entrevistas y compromisos. El último ensayo se llevó a cabo el 27 de abril; pero al llegar a la sala del Teatro Ríos Reyna, en el complejo cultural Teresa Careño, Billo recibió una ovación de pie tan cálida por parte de los profesores de la Sinfónica que se desmayó y fue necesario trasladarlo de inmediato a un hospital.

Sufrió un derrame cerebral que lo mantuvo durante una semana en cuidados intensivos. Casualmente, para esos días, un entrañable amigo suyo, Amador Bendayán, pasaba por lo mismo. Se sobreponía a un infarto.

A las 7:00 pm del sábado 5 de mayo, se apagó la luz para Billo. No resistió el ataque. Falleció dejando un enorme vacío en la música venezolana.

El domingo 6 y lunes 7 de mayo, un pueblo entero asistió al funeral del cantor. Se formaron enormes colas para observar su féretro. Estrellas como Celia Cruz y “Tito” Puente asistieron a las exequias.

Las calles de la capital despidieron al maestro. Su ataúd recorrió las avenidas principales de la urbe, hasta llegar al cementerio. Lágrimas, dolor, tristeza, nostalgia y muchas flores prevalecieron en medio de un cielo nublado y una ciudad con poco tráfico vehicular.

Una de sus canciones predilectas se escuchó a todo pulmón: “Y es que yo quiero tanto a mi Caracas / que sólo pido a Dios cuando yo muera / en vez de una oración sobre mi tumba / el último compás de Alma llanera...

Pidió el último compás del Alma llanera y su gente lo complació. Al final no hubo oración... sólo las notas de nuestra música venezolana le dieron el adiós que merecía. Debió estar feliz.

Pasó a la eternidad y su legado seguirá tan vigente como el amor que le tuvo a su adorada Caracas...

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