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jueves, 15 de mayo de 2008

El éxodo criollo


Publicado por Sala de Espera.

El éxodo criollo
Columnistas, Joel Bracho

Duele decirlo, amigo lector, pero la verdad es que estamos presenciando la triste realidad de un cada día mayor número de compatriotas que, ante circunstancias adversas en el país, han emigrado o están en vías de hacerlo.Es lo que podríamos llamar el éxodo criollo.
Joel Bracho Franco


Cada quien lo hace en la medida de sus posibilidades, de su cuadro familiar y de las mayores facilidades que pueda tener al alcance para lograr una permanencia legal en el país de destino.

Por supuesto, están los mayameros de siempre, esos que consideran que Miami es la Meca del mundo occidental, pero en la mayoría de los casos sin darse cuenta que una cosa es Miami y Orlando de vacaciones, visitando los parques temáticos y los grandes Centros Comerciales, mientras que otra cosa muy distinta es instalarse y hallar un medio lícito y estable con el cual ganarse la vida en un país en el cual la norma es la competencia brutal y sin límites.

Son en su mayoría, gente que va a pretender vivir allá con un estatus similar al que tiene aquí, para lo cual en poco tiempo se va a comer lo poco o mucho que lleva, para luego regresar con las tablas en la cabeza, abrumados por la dura realidad del “american way of life”, que no es tan maravillosa como aparece en los afiches publicitarios y, sobre todo, nada tiene que ver con la forma de ser cordial y familiar bajo la cual los venezolanos hemos estado acostumbrados a vivir.

Hay una nueva especie de emigrante venezolano, que ya se cuenta por miles de personas, que están explorando y considerando a Panamá como una opción válida, lo que en mi opinión se explica por varias razones, a saber: cercanía: está a dos horas de vuelo, aunque con la tarifa aérea más cara del mundo para un trayecto así; el idioma: se habla español, con unos cuantos modismos “tropicalizados” casi idénticos a los venezolanos; el clima: caliente y húmedo, pero con zonas relativamente cercanas a la capital en las que se puede encontrar clima de montaña bastante similar a los nuestros, pero además, si bien hay mucha lluvia (8 meses al año), no hay huracanes y no es zona sísmica; la economía: dolarizada y con 2,5% de inflación anual sostenida, aunque con una leve tendencia a aumentar; seguridad jurídica: el país ofrece garantía absoluta de entrada y salida a los capitales extranjeros, así como igualdad ante la Ley tanto para el panameño como para el extranjero; y lo más importante: el panameño come plátano frito y carne mechada, aunque la llama “ropa vieja” (por las tiritas de carne que parecen tiritas de ropa vieja deshilachada), y además, le gusta echarse palos y es perfectamente capaz de estructurar su fin de semana en torno a una parrilla. ¿Qué más se puede pedir?

Con esas condiciones, se explica por qué los venezolanos mantienen llenos los aviones de Copa y por qué los corredores inmobiliarios y hasta los Escritorios de Abogados panameños están llenando los salones de los principales hoteles de Caracas, para enganchar cada día más venezolanos dispuestos a encarar la aventura del éxodo criollo.

Lo que no sabían al principio los panameños, aunque están empezando a descubrirlo, es que cada vez que tiran la atarraya en esa pesca de inversionistas y compradores, les sucede como a Chuíto Salazar cuanto la tira en las aguas de Pampatar, que con el pescado bueno viene también mucho bichito maluco, que no sirve pa’ la sartén ni pa’l sancocho, pero una vez que lo montó en el bote tiene que cargar con él.

Así han llegado unos cuantos guachamarones que creen que son los primeros que han visto mil dólares juntos y que como además son “vivos criollos”, se van a meter como río en conuco en el país que generosamente les está dando acogida. Son los que están re-editando el “ta barato” de los años 70, pero no en Miami sino en Centro América, y Ud. los puede ver y oir en el lobby de cualquier hotel o restaurant de Ciudad de Panamá, diciendo en alta y engolada voz, para que todo el que esté alrededor escuche, que se compró “cinco apartamentos, porque están a muy buen precio, vale”.

En la mayoría de los casos, no es verdad. Ni los compró, ni los pagó, ni fueron cinco. A lo sumo, fueron dos y no los compró sino que los reservó con una módica cantidad, contando con que a medida que la construcción del edificio avance, los precios subirán, de modo que podrá vender uno para con esa ganancia pagar el otro, o parte del otro. En fin, lo que sí es innegable, es que en Panamá uno se puede sentir como en casa, porque igualito que aquí, ningún constructor te entrega el apartamento en la fecha ofrecida, el pintor y el carpintero nunca llegan, pasa un mes esperando que te instalen el teléfono y el Internet, pones un aire acondicionado y resulta que el desagüe está tapado con escombros de la construcción y el agua se te devuelve y te mancha la alfombra, etc., etc.

En la calle, encuentras que el panameño es el ser más encantador y amable, igual que los venezolanos, hasta que se monta en un carro y toma el volante. En ese momento, exactamente igual que los venezolanos, y exactamente igual que Goofy (Tribilín) en aquella vieja historieta de Walt Disney, se convierte en un Terminator Tropical, dispuesto a llevarse por delante lo que sea y a quien sea, perfectamente capaz de gritarle unas cuantas palabrotas al conductor que va por el carril de al lado, para inmediatamente después estacionarse y decirte cordialmente que “hemos llegado a mi restaurante favorito y te invito a comer lo mejor de Panamá, porque es un gusto y un honor tenerlos por acá”.

En fin, amigo lector, son los signos de los tiempos actuales, que en este caso sirven para, una vez más, darse cuenta de que el mejor país del mundo es el tuyo.

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